SOLO SE PUEDE JUGAR DESDE EL HOY Y AHORA

Sin estar, no puedo ganar

El presente: el único lugar donde se juega bien

Una de las ideas más transformadoras que aprendí de Bob Rotella es esta: el golf solo se juega bien desde el presente. Puede parecer una obviedad, pero no lo es. Durante años salí al campo cargando con golpes que ya no podía cambiar y anticipando resultados que aún no habían sucedido. Pensaba en el triple bogey del hoyo 2, en lo que diría la gente si volvía a fallar ese putt corto, o en lo lejos que estaba de romper los 80.

Pero rara vez estaba verdaderamente en el golpe que tenía delante. Estaba en mi cabeza, no en el campo. El cuerpo hacía el swing, sí, pero mi mente iba por libre.

Y, sin embargo, los mejores momentos de mi golf —los más fluidos, los más “fáciles”— han sido cuando lograba estar. Respirando. Sintiendo el grip. Viendo la línea. Cuando no había juicio, ni presión, ni análisis excesivo. Solo intención. Solo presente. Ahí es donde vive el buen golf. En ese segundo exacto donde desaparecen el pasado, el futuro y el ego.

¿Qué significa realmente estar presente?

No es una frase filosófica. Es un acto concreto. Estar presente es cuando tu mente y tu cuerpo están exactamente en el mismo lugar y al mismo tiempo. Y eso, aunque suene sencillo, es extremadamente raro.

No se trata de negar lo que pasó ni de fingir que no te importa el resultado. Se trata de no dejar que eso tome el volante de tu atención. El único momento donde puedes influir en tu juego es este. El ahora. Ni antes ni después.

Cuando estás presente, hay claridad. No perfección, pero sí compromiso. Y eso es lo que cambia el juego.

Cómo volver al presente cuando la cabeza se va

Porque se va. Siempre se va. El truco está en aprender a volver. Aquí van mis herramientas favoritas:

1. Reconocer que te has ido

En cuanto noto que estoy pensando “no puedo fallar” o “tendría que ir uno bajo”, ya sé que estoy fuera. No me enfado conmigo mismo. Solo lo noto. Como si viera una nube pasar. Y vuelvo.

A veces solo me digo mentalmente: “Presente”. Y eso basta.

2. Anclarme en una sensación física

El cuerpo siempre está en el presente. Si conecto con él, regreso. El peso del palo. La presión de los pies sobre el suelo. El sonido del viento. La respiración.

Un día, tras varios hoyos desastrosos, me detuve y cerré los ojos antes de golpear. Noté el aire en la cara. El grip en mis manos. El suelo bajo los pies. Fue como volver a casa.

3. Transformar la rutina en ritual

Camino hacia la bola respirando. Miro el objetivo con calma. Elijo el palo con decisión. Visualizo. Me coloco. Cada paso me va trayendo al momento.

Yo lo llamo “subirme al tren del presente”. Si me salto una estación, me cuesta mucho más conectar.

4. Repetir una intención clara

Evito pensamientos como “no la falles” o “ojalá no me pase”. En lugar de eso, formulo una orden simple, positiva y visual: “vuela recto al centro del green”.

Eso no solo dirige mi atención. Me da confianza. Me da acción.

El golpe que me lo enseñó todo

La vez que gané el scratch del Pro-Am de Provida fue poco tiempo después del fallecimiento de mi mujer, Isabel. Aquel día, algo dentro de mí se vació. Ya no importaba el resultado, ni la técnica, ni lo que pensara nadie. Había dolor, sí, pero también una claridad extraña. Una paz.

Cada golpe era lo único que existía. Ni planes, ni repeticiones mentales, ni luchas. Solo lo que tenía delante.

Y sin buscarlo, jugué como nunca. Gané. Pero el trofeo fue lo de menos. Lo que me llevé ese día fue una sensación de libertad interior que jamás había sentido antes en el campo. Me sentí suelto. Desinhibido de todo. Solo yo, el palo, la bola y el campo. Y ese día entendí que sin estar, no hay nada.

Un pequeño ritual que me ayuda

Ahora, intento que cada golpe sea un reencuentro conmigo mismo. No lo consigo siempre, pero sé que puedo volver. Y ese poder, ese recurso, cambia por completo mi forma de competir.

A veces me repito: “Este golpe es el único que existe”. O simplemente visualizo el vuelo con los ojos medio cerrados antes de colocarme. Son anclas. Puertas de entrada.

Incluso he descubierto que si estoy completamente presente, hasta los errores duelen menos. Porque lo di todo. Porque no fui un rehén del miedo ni del recuerdo. Fui jugador, no pensador.

Conclusión: sin estar, no puedo ganar

Hoy lo tengo claro: sin estar, no puedo ganar. Ni hoyos, ni vueltas, ni confianza. Sin presencia no hay swing que valga, ni técnica que funcione. El cuerpo necesita a la mente, pero la mente debe estar aquí.

Presente. Silenciosa. Activa. Conectada.

No siempre lo consigo. A veces me pierdo. Pero ahora tengo algo que antes no tenía: la capacidad de darme cuenta y volver.

Y eso, en golf y en la vida, ya es una victoria.

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