No esperes un buen día. Provócalo.
No esperes un buen día. Provócalo.
Del locus externo al golfista que se hace cargo
“He tenido un buen día.”
“Me han entrado todas.”
“El putt funcionaba solo.”
...o también:
“Hoy no era mi día.”
“Me ha tocado un grupo lento.”
“El green estaba imposible.”
Tanto lo uno como lo otro tienen algo en común:
👉 El locus de control está fuera del jugador.
En golf, el locus de control externo se manifiesta cuando atribuimos nuestro rendimiento a factores ajenos —“el viento me jugó una mala pasada”, “el green estaba imposible” o “hoy la suerte no estaba de mi lado”—, asumiendo pasivamente que el día y los resultados dependen de circunstancias fuera de nuestro alcance. En cambio, el locus de control interno implica reconocer que, aunque no podemos cambiar el viento, la colocación de la bandera o el estado del césped, sí tenemos poder sobre nuestra preparación y respuesta: nuestra rutina, el ritmo al respirar, la focalización en el golpe y el uso de un diálogo interno constructivo. Adoptar un locus interno no garantiza birdies, pero sí nos coloca en el centro de nuestro juego, permitiéndonos gestionar la frustración, mantener la calma tras un fallo y crear el ambiente mental óptimo para que, cuando llegue la oportunidad, estemos listos para aprovecharla.
Es decir, en ambos casos —tanto si ha ido bien como si ha ido mal— se está sugiriendo que el día, el rendimiento, la experiencia dependieron de algo externo. De la suerte. De las condiciones. De una racha. De algo que “vino” o que “no se dio”.
Y ahí es donde empieza el problema.
Provocar un buen día no asegura un jugar perfecto
Este es el núcleo del asunto:
Provocar un buen día no significa jugar como los ángeles. Significa ponerte en disposición de hacerlo.
No es controlar el resultado.
Es crear las condiciones internas que favorecen el rendimiento: una mente presente, un cuerpo suelto, una actitud que no depende del primer error.
👉 Provocar un buen día es decidir, desde el primer hoyo, cómo vas a estar tú… no cómo va a estar el campo.
Veamos algunos ejemplos concretos:
-
No puedes decidir dónde han colocado la bandera, si está en una plataforma difícil o escondida tras un bunker.
Pero sí puedes mantener el tempo constante de tu rutina antes de golpear: respirar con intención, revisar tu objetivo con serenidad, colocarte con decisión. Ese ritmo interno es tu ancla, tu referencia. Es la forma de recordarte que, aunque no controles el escenario, sí controlas tu forma de actuar en él. -
No puedes evitar caer en el rough tras un mal bote, o encontrar una bola semienterrada en mala posición.
Pero sí puedes decidir cómo reaccionas ante eso:- ¿Te quejas o evalúas con curiosidad?
- ¿Te tensionas o adaptas el golpe?
- ¿Te vas mentalmente al error… o te quedas en la solución?
-
No controlas si el putt entra o no.
Puede que leas bien la caída, hagas buen impacto… y aún así la bola no caiga.
Pero sí puedes elegir cómo enfrentas el siguiente golpe:- ¿Desde la frustración o desde la aceptación?
- ¿Desde el juicio o desde el compromiso?
En resumen:
El entorno cambia, el campo varía, el viento sopla donde quiere. Pero tú puedes crear un clima interior constante: una forma de estar, de moverte, de responder.
Y eso —aunque no garantiza birdies— es lo que hace posible que aparezcan.
Cómo pasar al locus interno en golf
No se consigue por arte de magia. Se entrena. Y empieza con pequeños gestos que transforman tu experiencia.
• Antes del tee del 1: crea clima interno
No esperes al golpe para “empezar a jugar”.
Respira al salir del coche.
Visualiza cómo quieres sentirte, no solo cómo quieres jugar.
Haz una mini rutina que indique al cerebro: “Ya estamos dentro.”
👉 El sistema nervioso responde a señales. Dáselas tú antes de que lo haga el entorno.
• Durante la vuelta: un foco, no diez
Evita la dispersión. Tu swing necesita presencia, no análisis.
Elige un foco interno para ese día:
- La cadencia del backswing
- La suavidad al golpear
- El finish equilibrado
- El caminar entre hoyos
• Tu voz interna, ¿te entrena o te castiga?
Lo que te dices condiciona tu química cerebral:
“Vas fatal.”
“Otra vez mal.”
“No hay forma…”
Eso alimenta el circuito de amenaza. El sistema límbico se activa. El cuerpo se tensa.
Pero puedes reeducar esa voz:
“Hoy estoy construyendo desde dentro.”
“Respiro y me centro.”
“No depende del resultado, sino de mi presencia.”
👉 No necesitas frases mágicas. Solo recordarte que estás en el proceso, no en el juicio.
• Detecta y celebra las victorias invisibles
Si juegas solo para firmar buena tarjeta, estás en manos del azar.
Pero si juegas también para cumplir tus compromisos mentales y emocionales, siempre habrá algo que ganar:
- Haber mantenido la calma después de un doble bogey
- Haber seguido la rutina en todos los greenes
- Haber evitado mirar el resultado hasta el hoyo 18
Eso es locus interno. Eso es entrenar la mente. Y eso —con el tiempo— crea “buenos días” de verdad.
NEUROGOLF: el cuerpo responde a lo que tú decides
La neurociencia lo tiene claro:
- Respirar profundo activa el sistema parasimpático (te calma).
- Visualizar estimula los mismos circuitos que usarás al ejecutar.
- Hablarte con intención activa la corteza prefrontal (tu cerebro racional y estratégico).
¿Resultado?
Menos reactividad, más claridad.
Menos “a ver si suena la flauta” y más “estoy donde quiero estar”.
👉 El cerebro no distingue entre lo que ocurre y lo que tú eliges experimentar con consciencia.
El resumen: el buen día no se encuentra, se construye
Tanto el que dice “me ha salido todo” como el que dice “no era mi día” están dejando su experiencia en manos del destino.
Y el golf —como la vida— no premia al que espera, sino al que se prepara.
Cuando tomas el timón, cuando decides crear ambiente, foco y actitud…
puede que no firmes 67, pero estarás en disposición de hacerlo.
Y, sobre todo, habrás jugado desde ti, no desde lo que pasa fuera.
Conclusión
No digas más: “a ver si tengo un buen día”.
Di: “voy a hacer lo que esté en mi mano para crear uno.”
Ahí empieza el verdadero juego.
Ahí empieza Golf y Mente.
Comentarios
Publicar un comentario